Tarde o temprano, todos los seres enfermamos y el dolor reduce nuestra capacidad para el trabajo o el placer. Sin embargo, pocas son las personas conscientes de que la enfermedad aparece cuando malgastamos nuestra energía, permitimos que nos la roben o la dirigimos hacia objetivos erróneos. Comprenderlo así nos abre el camino de la autocuración, un milagro posible si interpretamos las dolencias del cuerpo como lo que de verdad son: expresiones de un malestar espiritual cuya cura está al alcance de nuestra mano.