En Borrar el paisaje la experiencia de la pérdida y el desamparo se vive, se padece intensamente. Los ochenta y cinco poemas (sobrios, breves, bien construidos) que componen el libro arrastran al lector a vivir situaciones límite que tocan los extremos de la plenitud o del vacío, y le obligan a preguntarse si habrá mayor desdicha en el mundo que la de esa voz que sufre, que ha perdido casa, memoria, afectos: un callejón sin salida de horizonte que parece negar por completo otro destino que no sea el del silencio, la soledad o el estallido fatal de la memoria.
Pero Borrar el paisaje no es solo catarsis, es por encima de todo escritura, un riguroso ejercicio de la palabra con el que Cristina Falcón Maldonado se acerca poética y reflexivamente a la vida, al sentido de decir la vida y también, lo que es más complejo aún, al sentido de decir la muerte. Es entonces cuando la escritura -el antiguo arte del símbolo, la alegoría y la metáfora- conjura la desaparición y el olvido, y se convierte en una suerte de protección, en la casa que resguarda a ese ser amenazado que somos.