Al fin se hace audible un coro de mujeres que habitualmente se pierde en el estruendo de la maquinaria estatal. Un retrato feminista, poético, afectivo y lleno de rabia y humor de la Rusia de Putin de la mano de un brillante nuevo talento de la literatura rusa, que durante años fue una de las «chicas» de este libro, hasta que tuvo que exiliarse por su activismo.
Son cientos, miles, pero resultan casi invisibles. Apenas las miramos, nunca las escuchamos. Trabajan en organismos culturales del Estado ruso: un mundo particular, casi tenebroso, que impone sus turbias leyes a quienes forman parte de él. Por las páginas de esta incisiva y bella obra de Daria Serenko, desfilan las «chicas» que se encuentran en los eslabones más bajos de la jerarquía cultural. Son las mujeres que preparan las exposiciones, intentan cuadrar los presupuestos, falsifican las estadísticas de asistencia y pagan el pato cuando las cosas se tuercen. Sufren acoso sexual y laboral, normalizan sus míseros sueldos y se plantean qué será de su futuro si algún día deciden ser madres. «Chicas» que ven mermada su libertad política y de expresión; que esperan un apagón para confesarse que han sido llamadas a declarar por haber participado en una manifestación o por querer afiliarse a un sindicato o simplemente que se han divorciado, porque sospechan que un gran hermano con conexión directa con el Kremlin las vigila en sus puestos de trabajo; incluso las hay que exhalan su último aliento en una silla de vigilante de museo.