SEBASTIÃO SALGADO / LÉLIA WANICK SALGADO
En esta colección, que complementa Éxodos, Sebastião Salgado presenta 90 retratos de los desplazados más jóvenes: lo niños. Al borde de las carreteras de Angola o en los grandes campos de refugiados del Líbano, todos los protagonistas de Salgado están huyendo y son menores de 15 años. Orgullosos, pensativos o tristes, miran al espectador con la sinceridad de la juventud y la incertidumbre de su futuro.
Inocencia desplazada
Sebastião Salgado dirige su objetivo hacia los niños emigrantes y refugiados
En cualquier situación de crisis, los niños son las principales víctimas. Físicamente más débiles, a menudo son los primeros en sucumbir al hambre, la enfermedad y la deshidratación. Desconocedores del funcionamiento y las deficiencias del mundo, son incapaces de entender por qué existe el peligro, por qué hay personas que quieren hacerles daño o por qué deben abandonar, quizá de forma precipitada, sus escuelas, sus amigos y su hogar.
En esta serie que complementa Éxodos, Sebastião Salgado presenta 90 retratos de los exiliados, emigrantes y refugiados más jóvenes. Sus protagonistas provienen de diferentes países y son víctimas de distintas crisis, pero todos tienen en común ser desplazados y menores de 15 años. Mientras realizaba su gran proyecto sobre los refugiados, a Salgado le impresionó no sólo la inocencia implícita en su sufrimiento, sino también sus reservas de energía y su entusiasmo radiante, incluso en las circunstancias más adversas. Al borde de las carreteras de Angola y Burundi, en las favelas de Brasil o en los grandes campos de refugiados del Líbano e Iraq, los niños seguían siendo niños: se echaban a reír tan pronto como a llorar, jugaban al fútbol, chapoteaban en aguas sucias, hacían travesuras con los amigos y la idea de ser fotografiados casi siempre les entusiasmaba.
Para Salgado, tal exuberancia planteaba una singular paradoja. ¿Cómo puede un niño sonriente representar la privación y la desesperación? Sin embargo, se dio cuenta de que si pedía a los niños que se pusieran en fila para retratarlos uno por uno, la euforia propia del grupo se desvanecía. Frente a la cámara, los niños se volvían mucho más serios. Se mostraban como individuos, no como parte de una multitud alborotada. Sus posturas se volvían más formales. Miraban a la lente con una intensidad repentina, como si de pronto hubiesen hecho balance de sí mismos y de su situación. Y en la expresión de sus ojos, en el movimiento nervioso de sus pequeñas manos, en la ropa raída que colgaba lastimosamente de sus cuerpos escuálidos, Salgado descubrió un grupo de refugiados que merecían una atención especial.
Las fotografías no pretenden exponer sus estados de ánimo o extenderse en detalles acerca de sus carencias en salud, educación o vivienda. La colección permite más bien que 90 niños lancen sus miradas al espectador con todo el candor de su juventud y la incertidumbre de su futuro. Hermosos, orgullosos, pensativos y tristes, se detienen por un instante en sus breves vidas para hacer preguntas que nos perseguirán en años venideros. ¿Se quedarán para siempre en el exilio? ¿Tendrán siempre un enemigo? Cuando crezcan, ¿perdonarán o buscarán venganza? ¿Llegaran siquiera a crecer?