n esta novela, Alaín, narrador protagonista y visitante asiduo de las páginas de Mario Escobar Velásquez, se enfrenta a la escritura en condición de aprendiz y, bajo la premisa de que es en la vida real donde sucede todo lo que puede luego volverse literatura, se convierte en taxista, a la espera de los tesoros invisibles de la cotidianidad, situación que permite que sus días se pueblen de las historias de otros, que a su vez contienen relatos de terceros, a la manera de paréntesis que se abren, se cierran y vuelven a abrirse, como si se tratara de una matrioska hecha de palabras.
Estas historias que el hombre encuentra en sus recorridos diarios y en el viaje que emprenderá luego con Malena son entonces la fuente de donde bebe para alimentar su camino como escritor, pero también son el motivo de un cavilar constante sobre su vida y su entorno, que, de paso, revela su carácter: maduro, temerario, rudo en apariencia, pero al mismo tiempo sensible y bondadoso con quien lo necesita, afecto al amor y a la belleza, e íntimamente aterrado por la fugacidad de estos, por la inevitable decrepitud, como si desde más allá de las páginas Mario nos hiciera un guiño de su propia personalidad, aunque se empecine en decir que los personajes deben ser ellos mismos y no el autor.
Janeth Posada