¿Se escribe para contar una historia o para satisfacer un anhelo? ¿Se publica solo por un afán de reconocimiento? Los escritores habitan lugares centrales y precarios en la sociedad a la que en apariencia pertenecen, pero a la vez residen fuera de ella, en «bosques» extensos e invisibles. Esa dualidad no les permite, sin embargo, resolver el problema central: conciliar la realidad y el deseo a través de las palabras. Justo ahí yace, para Gould, el costo de escribir, de querer dedicarse a escribir.
«Los libros fracasan, incluso los libros que parecen nacidos para el éxito. Quizá esa debería ser la lección número uno de las personas que aspiramos a vivir de escribir: los libros fracasan. ¿Cuáles libros? Casi todos. Emily Gould lo aprendió más temprano que tarde.» Isabel Zapata, en el prólogo.