El fetiche del ilustrador genera un contraste altamente poético: los cajones/cubos, como espacios inmensos cuando el investigador se encuentra con el posible caso de crimen, son ocupados con las pistas en la proyección de un caos a ser resuelto. En su maletín, reminiscente al escritorio secreter, el detective archiva la historia: el espacio central lo ocupa la muerta, y los elementos que la rodean deberán dar respuesta a la sospecha de que su muerte no fue en realidad el aparente suicidio. Decur ratifica una vez más la plasticidad de su recurso, inagotable bajo su exquisito dominio.