El Rimbaud que Orlando Mejía ha escogido para su novela es el más enigmático de los hombres: el que ha huido de la civilización occidental, del éxito literario, de su madre, de sus amigos, de la poesía y, por supuesto, de una parte de sí mismo. Cada uno de aquellos que lo conocieron da su versión de los hechos, bien con repulsión o con admiración y deslumbramiento.
El libro se abre con un poema de Girolamo Fracastoro, de 1530, donde aparece por primera vez la palabra sífilis, que él deriva del pastor Sífilo, quien contrajo una enfermedad que, según Fracastoro, «traspasó las murallas de nuestra ciudad / trayendo consigo tales ruinas y estragos / que ni siquiera el rey escapó a su furor». Este poema nos remite al tema mismo de la novela, pues lo que hace Orlando Mejía, quien pertenece a la estirpe de médicos-escritores (entre los que se cuentan Pío Baroja, Gottfried Benn, Cèline, Chéjov y William Carlos Williams) es escribir estas páginas para desmentir la hipótesis de que Rimbaud murió de sífilis. Esto no se limita, como se verá, a un dato curioso, sino que alude al hecho de que esta enfermedad, como hoy en cierta forma el sida, se relacionó y se sigue relacionando, creo, con degradación, promiscuidad y castigo.
Piedad Bonnett (Del prólogo)