Serge Gainsbourg (París, 1928-1991) es una de las figuras más emblemáticas de la música francesa. Provocador y aglutinador de símbolos, creó un estilo musical propio que recorrió el jazz, el funk, el dub y la poesía-dub, el rock androll, el pop, el mambo, el rap, el yé yé y lo que le sigue. Antropófago cultural, retomó un preludio de Chopin para hablar del incesto mientras cantaba con su hija de 13 años; volvió a Verlaine y, entre otras, hizo una versión en reggae del himno francés que hirió la susceptibilidad de los más nacionalistas, quienes le cuestionaron su respeto a Francia. Esta última generó una agotadora polémica que Gainsbourg zanjó, comprando en una subasta el manuscrito originalde La Marsellesa. Fue letrista para Juliette Gréco, Françoise Hardy, Vanessa Paradis, Catherine Deneuve y Brigitte Bardot, y varios nombres más. Apareció en más de una veintena de películas; dirigió otras cinco más. De él, Mitterand dijo: «Fue nuestro Baudelaire».
Evguénie Sokolov, protagonista de esta obra traducida por Lucrecia Orensanz, es un pintor exitoso con una técnica particular cuya serendipia no revela; al contrario, la esconde bajo un sarcasmo barroco que lleva al límite los absurdos del arte. Se sabe de sobra que las razones por las cuales un tipo de artista adquiere más valor que otro responden a factores insospechados, y a veces ridículos: esto es lo entrevera en esta novela, que no deja cuartel al mundo del arte. Y no es para menos, si se considera que la vocación inicial de Gainsbourg fue la pintura, misma que abandonaría para dedicarse a la música; un giro en su vida que se desataría luego de que unos amigos fueran a conocer su obra gráfica, terminaran descubriendo sus composiciones musicales y decidieran apoyarlo musicalmente. La alegoría de este libro es casi un revancha a ese otro Gainsbourg, el pintor que no fue, quien dice que Evguénie Sokolov «a priori soyyo, con una distorsión Francis Bacon
un tramposo, como yo, que soy un tramposo».