Los griegos no vivían en un mágico aislamiento de los demás pueblos mediterráneos y, al llevar a cabo sus empresas militares o comerciales, pudieron tomar de aquí y de allá leyendas o técnicas. Con todo, sus deudas con los demás pueblos son pocas, y mucho menos importantes que el empleo que de ellas hicieron o de las innovaciones que introdujeron. Desde los primeros versos que nos quedan de ellos hasta las últimas producciones del paganismo, unos doce siglos después, imprimieron un sello inconfundible a su arte de la palabra. Los griegos obraron siempre en la creencia de que la literatura tenía la capacidad de encantar los oídos de los hombres.