«¿Un filósofo es alguien que piensa por todos los demás?»,
le preguntó al filósofo Jacobo un escolar. «No exactamente
respondió Jacobo. Un filósofo es alguien que se esconde
a espaldas de todos los demás y allí reflexiona».
Un político llamó al filósofo Jacobo para que lo ayudara a
prepararse para los debates. El político quería aprender el
arte de la discusión. «Le propongo una concepción distinta
dijo Jacobo. Si su oponente no tiene razón, determine
primero su cuota de responsabilidad en que él esté equivocado.
Entonces dígale: Su cerebro está estropeado, pero he sido yo
quien ha hecho esto y aquello y ha provocado la ruina de
su cerebro». A Jacobo no lo invitaron nunca más.
Después de todo, la política no es asunto de filósofos.
El filósofo Jacobo intervino ante los egresados de la Facultad
de Filosofía. Leyó un papelito: «Nosotros, los filósofos, buscamos
la verdad no para conmover a los pueblos con ella, sino para
gustar alguna vez a una dama agradable. Pero, para gustar a
una dama agradable, la verdad también debe ser agradable.
Y para que la verdad sea agradable, la dama debe ser animosa.
Conclusión: una dama indolente es lo mismo que un pensamiento
indolente. No sé qué les han enseñado aquí durante cinco años,
pero lo que debían aprender era solo eso».