"Yo no tenía pruebas, pero tampoco tenía dudas".
Se llama Mara Campuzano. Tiene 28 años. Su mascota es Octavio Saldarriaga, un mangle que cuida de noche y de día. Ninfómana. Trabaja como fotógrafa en Quépasa, un pasquín sensacionalista experto en fleteos, incendios, machetazos, Aludes, tastaseos, atracos, suicidios, chicas prepago en el parque Lleras, travestis de la Mayorista, silleteros en desfile: fango de sudores bajo la resolana de agosto, motociclistas despatarrados en la Regional...
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Junto a su jefe, Mao Benítez, un sesentón copisolero que adora el latín, y su colega, Enrique Carlos Manjarrés, redactor estrella de un diario estrellado, vivirán la aventura de todo crimen: su resolución es lo de menos, lo que importa es lo que está en el medio... Por eso, para encontrar al asesino de Salvador Santamaría Samudio, el mejor grafólogo del Valle de Aburrá, tendrán que entender quién asesinó a Cristián Camilo Patérnoster, un efebo veinteañero que aparece lelo frente al estanque de los ajolotes, en el acuario de Medellín.