Svenja volteó y echó a correr. Sus pies se enredaron entre las zarzas [...] Sintió que las espinas y las ramas le arañaban la cara hasta provocarle la sangre. El miedo le taponaba los oídos como si fuera algodón: por un momento el mundo estuvo en absoluto silencio. Entre los árboles, por encima de su cabeza, Svenja reconoció durante unos segundo el contorno de una figura, una figura que cargaba con algo grande y pesado. Luego ya no vio nada más, quedó envuelta en negrura y crujido de ramas, y siguió rodando colina abajo.