«Soy de lxs que creen que uno de los problemas del mundo, o uno de sus estados evolutivos que está llegando a su fin, es el sistema binario. El sistema del o esto/o aquello. La manera buena/mala, blanca/negra de percibirlo todo. El universo no está construido así. La materia no es así. El cerebro no es así. Nada es así. Es una falacia.» Genesis P-Orridge Escrito de manera vertiginosa, con la conciencia de su propia muerte acechando después de un diagnóstico de leucemia, No binarix es el tipo de memoria que podríamos esperar de alguien que asumió la técnica burroughsiana del cut-up como misión vital. Cortocircuitar el control implicó para Genesis P-Orridge una práctica expandida, que no solo debía aplicar a su medio privilegiado, el lenguaje, sino también a las formas de vida establecidas y a su propia identidad. Esta memoria, por lo tanto, será todo menos convencional. Fluida. Fragmentaria. Mutante. No binaria porque el sujeto y el objeto, la figura y el fondo se fusionan y entrelazan. El yo está constantemente intervenido por su relación con lxs otrxs: el mismo William Burroughs, Ian Curtis, Timothy Leary y Lady Jaye, con quien decidió acabar con el paradigma masculino/femenino y dar nacimiento a un nuevo ser unificado, dos mitades de una nueva totalidad pandrógina. No binarix es también el testimonio vibrante de una época revolucionaria, que teje en su narrativa experiencias contraculturales y estéticas pioneras como lo fueron el grupo de arte performático extremo COUM Transmissions, las bandas industriales Throbbing Gristle y Psychic TV y, por supuesto, la aventura esotérico-comunitaria conocida como El Templo de la Juventud Psíquika. Experimentos que le valieron redadas policiales, acusaciones de obscenidad y hasta una temporada de exilio entre Katmandú y los Estados Unidos.