En una mano la bolsa de pollo asado y en la otra un niño. Detrás de los dos, siguiendo el rastro del olor, una mujer muy baja. María. Se presentó con sus dos apellidos antes de amasar mi mano entre la suya y decir el nombre del niño al que ni siquiera el golpe de la mano materna detrás de la cabeza lo convenció de saludar. Cléber. Esperaron en la cocina. Ella me había ayudado a poner el animal, la papa y la yuca en bandejas. A mi marido callar mientras masticaba le parecía un amaneramiento. Esa noche al menos se tapó la boca con el dorso de la mano mientras decía que según sus hermanas era la mejor empleada del mundo.