«La guerra había segado a una generación entera. Estábamos desmoronados. Mis tíos habían sido médicos, pero ya no les quedaba nada. Su clientela había desaparecido. Su casa había sido saqueada. Sus ahorros se habían esfumado. Al día siguiente de mi llegada a París, como no tenían dinero ni ropa que ofrecerme, una vecina vino en mi rescate con un vestido y algo de ropa interior. En aquella casa reinaba un ambiente desolador. No quedaba ni un solo mueble. Los espejos habían desaparecido, a excepción de los que estaban sellados a las paredes, que los saqueadores no habían podido llevarse. Por las mañanas me lavaba frente a un espejo roto por una bala. Mi imagen aparecía agrietada, fragmen-tada. Lo consideré simbólico. No teníamos nada a lo que aferrarnos. Mi hermana Milou estaba gravemente enferma, mi tío y mi tía habían perdido las ganas de vivir. Fingíamos querer seguir adelante».
Simone Veil