La vivencia se transforma en poema al situarla en el campo de atracción de una constelación de la que sólo sabemos las palabras para esperarla. En esa constelación gravitan todos los centros de las Elegías: el paso del grito, del seductor sollozo y del reclamo, al brote de voz libre y, en esa transformación del canto, una nueva relación con la vida -a través del amor no saciado-, con la muerte -a través del duelo liberado de la acusación-, y con la tierra y sus cosas efímeras -a través de la celebración que las transforma en invisibles, en emoción del alma y vibración del universo-. En una palabra, vida y poesía se reencuentran en la obra de Rilke cuando la queja cede su lugar a la alabanza y glorificación de un aquí sin sombra de más allá que lo entenebrezca. No en vano la totalidad de las Elegías se abre para el poeta cuando, caminando de mañana por el jardín, escucha las palabras que lo llevarán de regreso a la poesía: ¿Quién, de yo gritar, me oiría desde los órdenes de los ángeles?. Jorge Mejía Toro