La vida humana no puede eludir los conflictos, las rupturas o las incongruencias. Los momentos en los que todo encaja, los instantes solemnes en los que el orden reina, no dejan de ser oasis efímeros que se desmoronan como castillos de arena en la playa. Convertidos en problemas por nosotros mismos, nos formulamos preguntas que nunca podremos responder, pero tampoco podemos dejar de formulárnoslas. Vivimos en un mundo donde el mal, el sufrimiento y la indiferencia están obsesivamente presentes. Nuestra vida no puede esquivar la comedia ni la tragedia. La condición humana es vulnerable, porque los rostros de la finitud son ineludibles. La muerte, la crueldad, el sufrimiento y la pérdida son el sinsentido radical, y cualquier intento de superar este absurdo y de encontrarle una justificación es obsceno. La vulnerabilidad está ligada a una identidad nunca fijada del todo que se construye dentro de un universo de máscaras como el que es, en definitiva, el baile de la existencia.