Beeklam es un misántropo solitario que vive en un sótano de Ámsterdam rodeado de estatuas. Son sus estatuas de agua, habla con ellas y evoca los recuerdos de su vida.
Una infancia perdida y la dependencia de un padre al que un buen día decidió abandonar para irse a comprar las estatuas con las que ahora pasa las horas. No está solo del todo: comparte el exiguo espacio de sus silencios con su criado, con el que tiene una especial afinidad, quizá porque le recuerda al también extraño sirviente de su padre: todos ellos son figuras que han renunciado a una parte significativa de la vida, tanto en experiencias como en relaciones, y sobre todo en lo que se refiere al consumo y utilización del tiempo.
Son personajes terminales, que han empezado tarde a vivir y a los que ya solo les queda morir.