En Las partículas elementales, Houellebecq lleva a sus últimas consecuencias su frase «Todas sociedad tiene sus puntos débiles, sus llagas. Meted el dedo en la llaga y apretad bien fuerte» La novela narra el improbable nudo que unirá los destinos de dos hermanastros: Michel, prestigioso investigador en biología, especie de monie científico que a los cuarenta años ha renunciado a su sexualidad y sólo pasea para ir hasta el supermercado; y Bruno, también cuarentón, profesor de literatura, obsesionado por el sexo, consumidor de pornografía, misógino, racista, un virtuoso del resentimiento. Encarnación consumada, en fin, de una sociedad en que la velocidad del placer no deja tiempo al nacimiento del deseo. Ambos han sido abandonados por una madre que prefirió una comunidad hippie en California a cualquier otro empeño.
El humor de Houellebecq está más cerca de la risa desesperada que del fugacísimo regocijo del chiste. La novela, ambientada en el estricto presente, sucede como si las más pesadillescas parábolas de Kafka ya se hubieran hecho realidad, sin que nadie se haya dado cuenta.
«Una autopista del deseo» (Bertrand Leclair. La Quinzaine littéraire).
«El libro más interesante desde Un hombre que duereme de Perec. La gran novela del fin del milenio» (Fabrice Gaignault, Elle).
«Houellebecq reconstruye la trama de la vida de hoy en día con un sentido de la progresión y de la disgresión» (Jorge Semprún).
«Por más de una razón me recuerda a Céline. Al igual que ocurre en Viaje al final de la noche, Houellebecq alterna pasajes de desesperación y odio por uno mismo con episodios de ternura y compasión» (Adrian Tahourdin, Times Literary Supplement).
«Alerta del desconcierto, experto en nihilismo, virtuoso de no future: Michel Houellebecq» (Pierre Assouline, Lire).
«Insolente y políticamente incorrecto, es un libro de caza mayor, al revés que tantos otros que cazan conejos» (Julian Barnes).