Han pasado casi veinte años de los cuales el profeta lleva quince en la eternidad, y aquí estoy otra vez sentado sobre las mismas posaderas, frente a la máquina original de Gonzalo que terminé por heredarle, preparando la edición de las Memorias de un presidiario nadaísta. Como en aquellos días, los ojos se me llenan de nubes al contemplar en perspectiva esta generación nadaísta que la vida se ha ido llevando en los cuernos. Ya empitonó al profeta, a Amílcar Osorio y a Darío Lemos, y se abren las apuestas acerca de a quién apunta la próxima embestida. Que en este libro vea Medellín cómo escarneció a su profeta. "Medellín, a la que amo tanto, por la que tanto muero". Y cómo él, en medio de su amor la maldijo entre dientes tras las rejas de su alma. Y como no hay deuda ni pena que no se cumplan ni se paguen, somos ahora testigos del karma urbano. Una ciudad que condena a su poeta a la irrisión, está condenada a su vez a ser pasto de las fieras. Jotamario Arbeláez, Bogotá, 1991.