La obra de Emanuele Coccia, en el cruce entre la filosofía y una etología generalizada, se compone de una miríada de imágenes-pensamiento que nos envuelven. Aquí, el punto de partida es la metamorfosis: de oruga a mariposa, como si tuviéramos seis patas la mitad de nuestra vida y viviéramos enganchados al suelo comiendo hojas, y pasáramos la otra mitad revoloteando en el aire y haciendo el amor cada dos horas.
De este modo va zurciendo su palabra-vehículo, metamorfosis, como antídoto y alternativa a cualquier evolucionismo. La vieja hipótesis de una única y misma vida que se despliega en variación continua a través de las formas es retomada para pensarlo todo en la clave de una multiplicidad multiespecífica. En esta hipótesis, el nacimiento, la alimentación y la muerte es decir, el haber nacido, el comer y ser comidos hasta por los gusanos mismos son la experiencia de pasar al cuerpo de otros, o de incorporar el cuerpo de los otros.
Esta visión trastabilla toda identidad: el yo se convierte en migrante, en un saber migrar de cuerpo en cuerpo, un dejar migrar el yo descentrado, pluralizado, que llegó a nosotros desde otra parte y que irá hacia otros destinos y formas de vida. Una nueva figura para nuestro estar en el mundo, sin el hombre como centro organizador, y una nueva relación posible de convivencia e intercambio con los otros vivientes y con la Tierra.
Y ya que de metamorfosis se trata, el libro culminará con un pensamiento sobre el virus, pues el porvenir adelanta Coccia es más próximo de la forma en que viven los virus que de las formas humanas o sus monumentos. No hay que vacunarse contra el virus del tiempo, es inútil, nuestra carne jamás dejará de cambiar.