Más que en el sufrimiento y en la muerte, el mal hunde sus raíces en la violencia. Por ello, fracasan los intentos de justificarla apelando a ideales sublimes o a la necesidad de utilizarla para enfrentar la violencia. Torturar a un hombre para fines superiores sigue siendo torturar a un hombre. Ello no condena, sin embargo, a la víctima a padecer pasivamente las arremetidas del agresor, puesto que la defensa de la dignidad justifica en algunos casos el uso de la fuerza. Este tratado analiza la violencia religiosa, terrorista, nacionalista y amorosa, así como la carga agresiva latente en el amor por la divinidad, la nación, la pareja o la humanidad. Son también examinados tópicos de ética pública como la justicia transicional, la eutanasia y el aborto. El autor defiende la eutanasia voluntaria y la autonomía de la mujer en el caso del aborto, sin desconocer la complejidad moral de una práctica que compromete una vida parcialmente ajena. En el caso de la justicia transicional, las dudas acerca del aparato ideológico utilizado para justificarla no desestiman la posibilidad de recortar en casos excepcionales la justicia penal, apelando, sin embargo, a los principios incluidos en el pacto social, más que a temas ajenos a una concepción laica del Estado. Los últimos capítulos analizan las prácticas violentas desplegadas contra los sujetos más vulnerables, las minorías y la mujer. El texto estudia de manera orgánica las diferentes facetas de la conducta violenta, aprovechando los aportes de disciplinas como la filosofía, la historia, el derecho, la teoría política y la literatura. Podrá ser, por ende, aprovechado por magistrados, investigadores, docentes, estudiantes y, en general, por un público interesado en comprender una realidad inquietante que nos afecta a todos.