La narrativa de Jeremías Lawson se parece a la de un documentalista. Va con su cámara colgada al cuello y captura pequeños momentos que luego desarrollará como relatos. Los que se encuentran aquí reunidos dan cuenta de un observador inquieto que se sienta en los cafés a escuchar las historias de la gente, que se acurruca junto a los arbustos para alcanzar a ver más de cerca lo que pasa en la casa de el frente, que se pone a hablar con las pitonisas, los emboladores de zapatos, los vendedores de frituras. Se trata de la visión de un ciudadano que ha hecho del mundo su templo y lo recorre, registrándolo todo.