Desde las brumas anglosajonas hasta el suicida Thomas, de todo hay en el museo de sus vindicaciones; nobles ajusticiados que antes de subir al patíbulo inventaban el endecasílabo no rimado que Shakespeare consagrara, como el buen conde de Surrey; el preciosista Lyly; el esplendor de Marlowe; Sidney, que murió en batalla y que alzó una Laura septentrional;la nobleza de Stevenson; Edward Fitzgerald; la luz de Yeats; el georgiano De la Mare; el inviolable Eliot... Y presidiendo el cortejo, la cabeza más alta de nuestra especie: William Shakespeare.