Suicidas y otros cuentos sobre el suicidio
Este volumen reúne siete historias que Guy de Maupassant escribió entre 1882 y 1889, a saber: La adormecedora, El ciego, La loca, Paseo, El niño, Un cobarde y Suicidas. En estos relatos cortos, el escritor francés explora distintas razones que llevan a los personajes a elegir la muerte voluntaria.
Guy de Maupassant nació en Dieppe, Francia, el 5 de agosto de 1850. Obras suyas como Bola de sebo, El Horla o Bel-Ami son reconocidas como obras maestras imprescindibles de la literatura universal. Aun cuando siempre fue un espíritu independiente dentro del realismo francés, tan crítico de su sociedad, es considerado como continuador de la grandeza de autores como Balzac y Flaubert. Intentó suicidarse, degollándose con un abrecartas, el primero de enero de 1892. Murió en París el 6 de julio de 1893.
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EXTRACTOS SUICIDAS Y OTROS CUENTOS SOBRE EL SUICIDIO
El suicidio es la fuerza de quienes ya no tienen fuerza, la esperanza de quienes ya no creen, es el coraje sublime de los vencidos. Sí, hay al menos una puerta de salida de esta vida, siempre podemos abrirla y pasar al otro lado. La naturaleza tuvo un gesto de piedad al no dejarnos prisioneros. ¡Gracias en nombre de los desesperados!
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Cuando la muerte entra por primera vez a una casa vuelve casi siempre inmediatamente, como si ya conociera el camino.
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Lo amó con un amor apasionado y doloroso, con un amor enfermo que contenía el recuerdo de la mente, pero en el que sobrevivía algo de su adoración por la muerte. Era carne de su mujer, la continuación de su ser, como su quintaesencia. Ese niño era su vida misma en otro cuerpo: ella había desaparecido para que él existiera y, al pensarlo, el padre lo besaba con furor. Pero también la había matado, ese niño le había robado aquella existencia adorada, se había nutrido de ella, había bebido parte de su vida. Y el señor Lemonnier acostaba a su hijo en la cuna y se sentaba junto a él para contemplarlo. Así permanecía horas y horas, mirándolo, pensando mil cosas tristes o agradables. Luego, cuando el pequeño dormía, se inclinaba sobre su rostro y lloraba sobre su mameluco.
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Es media noche. Al terminar esta carta me voy a matar. ¿Por qué? Voy a tratar de decirlo no para quienes leerán estas líneas sino para mí mismo, para reforzar mi coraje vacilante, para convencerme de la necesidad fatal de este acto que de otro modo podría diferir.
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¿A qué se deberá la alegría que provoca el primer sol de la mañana? ¿Por qué esta luz que cae sobre la tierra nos produce tal alegría de vivir? El cielo es todo azul, el campo todo verde, las casas todas blancas; y nuestros ojos embriagados beben esos colores vivos que le dan felicidad a nuestras almas. Nos dan ganas de bailar, de correr, de cantar. Una grata vivacidad nos invade, una especie de simpatía general. Casi quisiéramos abrazar el sol.