¿Cómo se cuenta un sueño? ¿Cómo articular con palabras las imágenes que nos recorren mientras dormimos? Escritores de la talla de Stevenson, Hawthorne, Kafka, Cheever, Perec o Burroughs también trataron de describir esa cara oculta de la vigilia que sólo se revela cuando soñamos. Graham Greene, que en la mesilla de noche tenía siempre a mano lápiz y papel para anotar sus sueños, le pidió a su compañera Yvonne Cloetta que preparara para imprenta el diario de lo que él llamaba su «mundo propio». Un diario de más de 800 páginas, iniciado en 1965 y concluido en 1990, del que en los últimos meses de su vida hizo una sucinta y rigurosa selección. Estamos, por tanto, ante un libro de ecos y de reflejos, ecos de ecos, si se prefiere, en que el autor británico nos muestra, con ironía y humor, sin grandilocuencias, y con una admirable precisión, el catálogo de inquietudes en torno a las cuales vivió y construyó su literatura: el espionaje, la política, la guerra, el conflicto religioso, la enfermedad, la ciencia, el amor, la felicidad... Una especie de autobiografía que nos permite entrever la extenuante vida interior de uno de los escritores más importantes y controvertidos del siglo XX, que concebía la escritura como una forma de conocimiento, y que además sabía celebrar como pocos escritores ese otro modo de vida que es el dormir.