Aparte de las múltiples y variadas derrotas que transcurren en la vida de cada cual, no tardará en llegar para mí la que será definitiva y de la que no confío en recobrarme: la de mi muerte. He ahí mi última y más inapelable derrota. Confieso que me apena más que ninguna otra, porque vivo bastante satisfecho de mi estancia en este mundo y de cuantos seres cercanos me han animado a sobrevivir, que han sido muchos. Para decirlo enseguida, me atrevo con bastante osadía a solicitar el ingreso en la selecta hueste de los héroes de la derrota.
El encabezamiento de estas reflexiones lo he robado de un relato de ese maestro que fue Stevenson, a quien no dejaré de atribuir la inspiración misma de mi tesis central. Como cualquier otro individuo humano he vivido hasta hoy porque no quería morir, es cierto, pero también a fin de hacerme digno de no morir y hasta de proponerme vivir como un aspirante a inmortal.