Como fragmentos de un largo monólogo, los poemas nos indican, con la acotación justa, el devenir dramático de la protagonista, una Medea anciana que dialoga consigo misma sobre el dolor y la culpa de haber matado lo que más quiere. La voz sostenida de Medea ahonda en los prejuicios heredados, los conceptos asimilados, como motivos de su desgarro. Y dialogando con esos ecos, los versos llegan al fondo primigenio y ancestral de todas las acciones humanas. Y con ello el libro se propone, no ya como una meditación sobre la culpabilidad femenina, sino como un doloroso proceso de curación.