La belleza de lo transitorio, el misterio de la naturaleza, lo huidizo del amor, la recompensa de la amistad, las costumbres ancestrales del Japón medieval, los chismes de la corte
Todo en un clásico inagotable.
Yoshida Kenko nació en el año 1283 y era hijo de un alto funcionario del Gobierno. Tal como se esperaba de él, se convirtió en un hombre importante y poderoso dentro del Palacio Imperial. Pero entonces ocurrió algo. Nadie sabe qué fue. Tal vez una decepción amorosa, tal vez una desavenencia política, tal vez una súbita visión que lo cambió todo. Decidió alejarse de la corte y hacerse con una cabaña en los bosques. Y comenzó a escribir, sin mayores pretensiones, sin plan alguno, lo que se le ocurría, lo que recordaba, lo que veía cuando paseaba por las montañas o cuando regresaba por unos días a la ciudad y reencontraba el ajetreo de sus calles. Cada idea la fijaba en un papel y, a su vez, cada papel lo fijaba en un muro de su cabaña. Así hasta los 243 textos que conforman este libro y componen no sólo un volumen luminoso y apasionante, sino uno de los ensayos más importantes de la historia de la literatura, auténtica semilla de un género plantada hace ocho siglos. La escritura de Kenko recuerda a veces a compatriotas como Kamo no Chomei, otras a figuras tan lejanas, y al tiempo tan afines, como Marco Aurelio o Michel de Montaigne. En ocasiones aborda la transitoriedad de la vida y de todo lo existente con una lucidez que nos desarma, o bien nos habla del misterio de la naturaleza, lo huidizo del amor, la recompensa de la amistad y las costumbres ancestrales del Japón medieval, o nos cuenta los cotilleos de palacio y los chismes más estrafalarios y divertidos de su época.
Como siempre, nos complace presentar este volumen a nuestros lectores en una cuidadísima traducción directa del japonés, acompañada por una serie de notas tan enriquecedoras como imprescindibles para comprender el contexto y el trasfondo de una cultura lejana y un texto ya casi milenario que, sin embargo, se nos presenta hoy con una viveza extraordinaria. Éste es, sin duda, el poder de los pocos y auténticos clásicos: libros inagotables y siempre igual de vivos.