Esta novela -en el género de realismo mágico latinoamericano - transcurre en la Villa del Príncipe. Sus habitantes, acostumbrados a vivir en un clima de violencia causado por la sucesión de guerras civiles, revoluciones, golpes de cuartel y alzamientos campesinos, disfruta -a fines de la década de 1920- de un inusual período de paz. En este ambiente de concordia, un tanto exótico, los villapríncipes se llenan de pánico al descubrir que la gente ya no fallece de manera heroica en los campos de batalla, ni en emboscadas, ni en atentados, ni en magnicidios. La gente se empieza a morir en su cama y, como si fuera poco, de muerte natural. Lo que ahora han bautizado como la racha del finado diario los conmociona, de tal manera, que deciden organizarse para neutralizar entre todos- el fenómeno de la muerte. El primer intento es identificar el hilo que conecta esta vida con la otra y, luego, encontrar la forma de manipular su extrano mecanismo. Cuando sus intentos por resolver este enigma fracasan, sólo encuentran una salida: encomendarse al Cielo. Para ello utilizan los servicios del santo patrón que les fuera asignado 40 años atrás por el regimen conservador, mediante Ley de la República. En esta obra -divertida por lo absurda- se muestra de cuerpo entero a la clase política arrogándose, desde los niveles terrenales, el privilegio de interpretar los designios celestiales. El santo oficial , que les fuera impuesto por los políticos, no responde a los ruegos de los villapríncipes . Pero claro, se trata de un santo irlandés que, a juzgar por su indiferencia, no entiende el castellano. Así que en la Villa del Príncipe deciden darle golpe de Estado al santo oficial e imponer una santa más popular, de las nuestras , que por lo menos hable castellano y, por lo tanto, sea capaz de interpretar nuestras angustias . Pero estas buenas intenciones se estrellan contra insalvables obstáculos de procedimiento legal. El cambio de santo patrono no es fácil. Debe tramitarse a través de enrevesados mecanismos administrativos y políticos, e incluso se sospecha que tendrán que acudir hasta al Vaticano, si el Concordato suscrito entre la Santa Sede y la República, así lo determina. Invitar al Obispo a que visite la Villa del Príncipe y consagre a la nueva santa patrona, lo consideran el recurso más práctico para aliviar todas las preocupaciones. El final de esta novela es tan sorpresivo, que el conjunto de la obra se constituye en una gran lección moral, sobre lo efímero de la vida.