La poesía se lee de una manera diferente que la prosa, porque, como dice Mark Strand, el poema "promueve un sentido de sí mismo y no un sentido del mundo". Quiere decir esto que al leer el poema paladeamos cada palabra, cada verso, abiertos a las imágenes, a las alteraciones de la sintaxis, a la música, a todo aquello que es en él revelación u oscura sugerencia. Hay, pues, una morosidad intrínseca a la lectura de la poesía, y también un deseo de retroceder, de releer, de memorizar, semejante al que sienten los niños con los cuentos infantiles. Por eso mismo, los libros de poemas suelen ser cortos, porque, de ser buena la poesía que encierran, no se agotan. Podemos leerlos en desorden, abrirlos al azar, y la sorpresa será siempre un motivo más de regocijo. Digo esto pensando en el número de poemas de esta antología, breve por elección. Cuarenta. Una cifra que me ha obligado a seleccionarlos, no sin dificultad, de acuerdo a una intención, o tal vez a varias.